Aquel
año nos decidimos a ir a Brasil, a Pernambuco (no esta tan lejos como suena) a
ver a mi amigo Imanol y a su mujer Malena (una negra militante de la causa de
la conciencia negra) que hacía poco tiempo habían tenido una hija Claudia. María
y yo también habíamos tenido un hijo mas o menos por el mismo tiempo y tenían
ambos ahora como unos 3 años, nos fuimos para Recife con un vuelo de la TAP con parada en Lisboa y unos
10 horas de viaje en total, pero no se hizo muy largo el hijo fue durmiendo
casi todo el camino y aguantó bien el vuelo.
Llegamos
a Recife y desde allí nos fuimos a casa de Imanol y Malena que vivían en un
piso en el centro, atrás habían quedado los magníficos chalecitos en la playa
cerca de Olinda, Imanol trabajaba dando clases de español en una especie de
Instituto Cervantes, y también clases particulares a directivos de distintas
empresas que veían en el idioma español una habilidad necesaria para su promoción,
Malena como siempre ocupadísima con su militancia y Claudia una niña despierta
y muy simpática. Yo no quería pasarme todas la vacaciones en una ciudad y me
puse a buscar una casa para alquilar por unos días en alguna playa cercana.
Encontré
una especie de bungalow no de madera sino construido de cemento en una pequeña
urbanización en Itamaracá, este lugar era una isla separada del continente por
apenas un kilómetro de aguas poco profundas que se salvaban por un puente y que
había sido en tiempos un penal por su estratégica disposición (creo que una
parte de la isla lo seguía siendo para presos no violentos) y que ahora se
estaba convirtiendo en un destino turístico importante en Pernambuco.
La
carretera principal de la isla, y creo que la única, pasaba a escasos 500 metros de la “urba”
y cuando íbamos para allá la calle sin asfaltar por la que caminábamos estaba
repleta de hibiscos con enormes flores y de monos que hacían la función de las
ratas hurgando entre la basura para encontrar alimento, íbamos a la carretera a
abordar un “trencinho” un vehiculo articulado que simula un tren igual que el
que ponen aquí en las ferias de los pueblo y que hay fijos en algunas
poblaciones durante el verano, que era el transporte de la isla y que a
nosotros en poco tiempo nos llevaba hasta una playa repleta de cocoteros que es
donde nos gustaba bañarnos.
La
primera noche que dormimos en el bungalow no pudimos pegar ojo, había unos
mosquitos, yo que sé enormes, de verdad esta era la tercera vez que iba a
Brasil y nunca los había visto tan grandes, impresionantes... llevábamos unas
espirales de una cosa que las prendías y ahuyentaba a las “murisocas” (mosquitos)
pero nada a estos no los espantaba nadie, fue una noche larguísima. Al día
siguiente en cuanto se hizo de día nos fuimos a Itapisuma que es el pueblo que
estaba al otro lado del puente en el continente y compramos unas mosquiteras
para las camas, un aerosol antimosquitos…de todo lo que pudieron vendernos, también
fuimos al medico pues Eduardo el hijo tenia diarrea, el consultorio al que
fuimos no se parecía en nada a lo que estamos acostumbrados aquí, pero nos
atendieron perfecta y eficazmente, y al mostrar nuestra cartilla de la
seguridad social españolan nos dijeron que no teníamos que pagar nada, otro
aplauso para el colectivo sanitario.
Cuando
cogíamos el trencinho para ir a la playa nos llevaba a una playa paradisíaca
con cocoteros, chiringuitos en los que podías
estar sentado todo el día tomando una sola consumación o lo que fuera y en los
que al llegar el dueño te preguntaba donde te querías sentar y allí te plantaba
una sombrilla una mesa y unas sillas, un servicio realmente cuidado y diligente, así pasábamos
el día y muchas veces comíamos allí no era nada caro, la cerveza está siempre a
la temperatura adecuada pues te ponen la botella dentro de una de esas fundas
de porexpan que hace que se mantenga fresca…bueno no fresca, verdaderamente fría,
en Brasil puedes devolver una cerveza si no te la ponen fría pero nunca
congelada y además por el chiringuito de vez en cuando pasaba algún grupo
musical generalmente de “Forró”, muy agradable y ameno.
Al
llegar a la playa a la izquierda había un recinto militar abandonado, una
edificación que había sido un fuerte cuando la invasión de los Holandeses de
esa parte del Brasil, se podía visitar y a nuestro hijo Eduardo le encantaba,
las garitas redondeadas con cúpulas, los cañones, el interior con un gran patio
de armas, adosado al cual estaban todos los demás edificios de una sola planta
que ahora estaban ocupados algunos por tiendas de souvenirs.
También
había en esa playa una especie de acuario y centro de investigación del “peixe
boi” que es como llaman a los Manatíes, entramos y era fascinante además de una
gran sala redonda con explicaciones acerca de la vida de estos magníficos mamíferos
había un enorme estanque donde nadaban, pudimos verlos al salir a la superficie
y la verdad es que son “feos” pero son fascinantes. También un día de aquellos
durante un fin de semana que vinieron a visitarnos Imanol, Malena y Claudia
hicimos una excursión en barca a un manglar que había en la costa del
continente, nunca había estado en ningún sitio parecido, en la superficie se
ven como plantas, como arbustos, normales pero cuando baja la marea te das
cuenta que comparten las raíces y que están todos interconectados, asombroso,
no me extraña que algunos sociólogos comparen esta estructura con la que
generan los movimientos sociales.
A
partir de ahí tome la decisión de no ir lejos de vacaciones con los hijos por
lo menos hasta que tuvieran mas de 6 años.
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