jueves, 7 de mayo de 2020

Itamaracá con María y Eduardo 2000


Aquel año nos decidimos a ir a Brasil, a Pernambuco (no esta tan lejos como suena) a ver a mi amigo Imanol y a su mujer Malena (una negra militante de la causa de la conciencia negra) que hacía poco tiempo habían tenido una hija Claudia. María y yo también habíamos tenido un hijo mas o menos por el mismo tiempo y tenían ambos ahora como unos 3 años, nos fuimos para Recife con un vuelo de la TAP con parada en Lisboa y unos 10 horas de viaje en total, pero no se hizo muy largo el hijo fue durmiendo casi todo el camino y aguantó bien el vuelo.
 
Llegamos a Recife y desde allí nos fuimos a casa de Imanol y Malena que vivían en un piso en el centro, atrás habían quedado los magníficos chalecitos en la playa cerca de Olinda, Imanol trabajaba dando clases de español en una especie de Instituto Cervantes, y también clases particulares a directivos de distintas empresas que veían en el idioma español una habilidad necesaria para su promoción, Malena como siempre ocupadísima con su militancia y Claudia una niña despierta y muy simpática. Yo no quería pasarme todas la vacaciones en una ciudad y me puse a buscar una casa para alquilar por unos días en alguna playa cercana.

Encontré una especie de bungalow no de madera sino construido de cemento en una pequeña urbanización en Itamaracá, este lugar era una isla separada del continente por apenas un kilómetro de aguas poco profundas que se salvaban por un puente y que había sido en tiempos un penal por su estratégica disposición (creo que una parte de la isla lo seguía siendo para presos no violentos) y que ahora se estaba convirtiendo en un destino turístico importante en Pernambuco.

La isla era fantástica, con pocas edificaciones y algunas playas realmente excepcionales, nosotros vivíamos en una pequeña urbanización de unos 15 bungalows con poca gente de vacaciones (era agosto y era temporada baja por las tormentas que había siempre a media tarde), una piscina comunal una barbacoa en el patio trasero de cada casa y un pequeño porche con “rede” es decir hamaca donde nos tumbábamos por las tardes,  cabíamos los tres si nos poníamos contrapeados.

La carretera principal de la isla, y creo que la única, pasaba a escasos 500 metros de la “urba” y cuando íbamos para allá la calle sin asfaltar por la que caminábamos estaba repleta de hibiscos con enormes flores y de monos que hacían la función de las ratas hurgando entre la basura para encontrar alimento, íbamos a la carretera a abordar un “trencinho” un vehiculo articulado que simula un tren igual que el que ponen aquí en las ferias de los pueblo y que hay fijos en algunas poblaciones durante el verano, que era el transporte de la isla y que a nosotros en poco tiempo nos llevaba hasta una playa repleta de cocoteros que es donde nos gustaba bañarnos.

La primera noche que dormimos en el bungalow no pudimos pegar ojo, había unos mosquitos, yo que sé enormes, de verdad esta era la tercera vez que iba a Brasil y nunca los había visto tan grandes, impresionantes... llevábamos unas espirales de una cosa que las prendías y ahuyentaba a las “murisocas” (mosquitos) pero nada a estos no los espantaba nadie, fue una noche larguísima. Al día siguiente en cuanto se hizo de día nos fuimos a Itapisuma que es el pueblo que estaba al otro lado del puente en el continente y compramos unas mosquiteras para las camas, un aerosol antimosquitos…de todo lo que pudieron vendernos, también fuimos al medico pues Eduardo el hijo tenia diarrea, el consultorio al que fuimos no se parecía en nada a lo que estamos acostumbrados aquí, pero nos atendieron perfecta y eficazmente, y al mostrar nuestra cartilla de la seguridad social españolan nos dijeron que no teníamos que pagar nada, otro aplauso para el colectivo sanitario.

Cuando cogíamos el trencinho para ir a la playa nos llevaba a una playa paradisíaca con cocoteros,  chiringuitos en los que podías estar sentado todo el día tomando una sola consumación o lo que fuera y en los que al llegar el dueño te preguntaba donde te querías sentar y allí te plantaba una sombrilla una mesa y unas sillas, un servicio  realmente cuidado y diligente, así pasábamos el día y muchas veces comíamos allí no era nada caro, la cerveza está siempre a la temperatura adecuada pues te ponen la botella dentro de una de esas fundas de porexpan que hace que se mantenga fresca…bueno no fresca, verdaderamente fría, en Brasil puedes devolver una cerveza si no te la ponen fría pero nunca congelada y además por el chiringuito de vez en cuando pasaba algún grupo musical generalmente de “Forró”, muy agradable y ameno.

Al llegar a la playa a la izquierda había un recinto militar abandonado, una edificación que había sido un fuerte cuando la invasión de los Holandeses de esa parte del Brasil, se podía visitar y a nuestro hijo Eduardo le encantaba, las garitas redondeadas con cúpulas, los cañones, el interior con un gran patio de armas, adosado al cual estaban todos los demás edificios de una sola planta que ahora estaban ocupados algunos por tiendas de souvenirs.

También había en esa playa una especie de acuario y centro de investigación del “peixe boi” que es como llaman a los Manatíes, entramos y era fascinante además de una gran sala redonda con explicaciones acerca de la vida de estos magníficos mamíferos había un enorme estanque donde nadaban, pudimos verlos al salir a la superficie y la verdad es que son “feos” pero son fascinantes. También un día de aquellos durante un fin de semana que vinieron a visitarnos Imanol, Malena y Claudia hicimos una excursión en barca a un manglar que había en la costa del continente, nunca había estado en ningún sitio parecido, en la superficie se ven como plantas, como arbustos, normales pero cuando baja la marea te das cuenta que comparten las raíces y que están todos interconectados, asombroso, no me extraña que algunos sociólogos comparen esta estructura con la que generan los movimientos sociales.

Una tarde estaba sentado con mi hijo Eduardo en la hamaca en el porche haciendo nada solo pasando la tarde y de repente me preguntó que cuando nos íbamos a casa, que quería ir a jugar con sus juguetes…me invadió un tremendo desasosiego no pude decirle que estaríamos allí todavía mas de una semana y luego otra vez el viaje de 10 horas de avión.

A partir de ahí tome la decisión de no ir lejos de vacaciones con los hijos por lo menos hasta que tuvieran mas de 6 años.


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